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.Cuando Morgana llegó ante su due�o, se inclinó graciosamente y sin darle tiempo a recuperarse de lasorpresa que le hab�a producido aquella entrada inesperada, se volvió hacia el joven Abdal� y le hizo unaligera se�a.S�bitamente, el redoble del tambor se aceleró Morgana bailó �gil como un pajaro, todos los pa-sos imaginables, dibujando todas las figuras, como lo hubiese hecha en el palacio de los reyes una danzari-na de profesión.Danzó como sólo pudo hacerlo ante Se�l, sombr�o y triste, David, el pastor.Bailó la danzade los velos, la del pa�uelo, la del bastón, las danzas de los jud�os, de los griegos, de los et�opes, de los per-sas y de los beduinos, con una ligereza tan maravillosa que, ciertamente, sólo Balkin, la amante reina deSolim�n, hubiese podido hacerlo igual.Terminó de bailar sólo cuando el corazón de su due�o, el hijo de su due�o y el del mercader invitado desu amo cesaron de latir y la contemplaron con ojos arrobados.Entonces, comenzó la danza del pu�al; enefecto, sacando de improviso el pu�al de su funda de plata, ondulante por su gracia y actitudes, danzó alritmo acelerado del tambor, con el pu�al amenazador, flexible, ardiente, salvaje y como sostenida por alasinvisibles.La punta del arma tan pronto se dirig�a contra alg�n enemigo invisible como hacia los bellos senos de laexaltada adolescente.En aquellos momentos, la concurrencia profer�a un grito de alarma, tan próximo pa-rec�a estar el corazón, de la danzarina de la punta mort�fera del arma, pero poco a poco el ritmo del tamborse hizo m�s lento y le atenuó su redoble hasta el silencio completo, y Morgana cesó de bailar.La joven se volvió hacia el esclavo Abdal�, quien a una nueva se��, le arrojó el tambor que ella atrapó alvuelo, y se sirvió de �l para tenderlo a los tres espectadores, seg�n la costumbre de las bailarinas, solicitan-do su d�diva.Al� Bab�, aunque molesto en un principio por la inesperada entrada de su esclava, pronto sedejó ganar por tanto encanto y arte y arrojó un dinar de oro en el tambor.Morgana se lo agradeció con unaprofunda reverencia y una sonrisa y tendió el tambor al hijo de Al� Bab�, que no fue menos generoso que supadre.Llevando siempre el tambor en la mano izquierda, lo presentó al hu�sped a quien no le gustaba lasal.Hussein tiró de su bolsa y se dispon�a a sacar alg�n dinero para aquella bailarina codiciable, cuando des�bito Morgana, que hab�a retrocedido dos pasos, se abalanzó contra �l como un gato salvaje y le clavó enel corazón el pu�al que bland�a en la diestra.Hussein con los ojos fuera de las órbitas, medio exhaló unsuspiro, y, cayendo de bruces sobre el tipaz, dejó de existir.Al� Bab� y su hijo, en el colmo del espanto y dela indignación, se lanzaron hacia Morgana, que temblorosa por la emoción, limpiaba su pu�al en el velo deseda y como la creyesen v�ctima del delirio y de la locura, la asieron de las manos para quitarle el arma, pe-ro ella con voz tranquila, les dijo:  �Oh amos m�os! �Alabemos a Alah que ha dirigido el brazo de una d�bilEste documento ha sido descargado dehttp://www.escolar.com joven, para as� castigar al jefe de vuestros enemigos! �Ved si este muerto no es el mercader de aceite, el ca-pit�n de los ladrones, el hombre que no quiso probar la sal de la hospitalidad!Mientras hablaba, despojó de su manto al cuerpo ca�do, y mostró bajo sus largas barbas, al enemigo quehab�a jurado su destrucción.Cuando Al� Bab� reconoció en el cuerpo inanimado de Hussein al mercader deaceite due�o de las tinajas y jefe de los bandidos, comprendió que por segunda vez deb�a su vida y la de sufamilia a la adhesión atenta y al coraje de la joven Morgana, por lo que abraz�ndola, con l�grimas en losojos; le dijo:  �Oh Morgana, hija m�a! Para que mi dicha sea completa, �quieres entrar definitivamente enmi familia como esposa de mi hijo, ese bello joven que aqu� est� con nosotros? Morgana besó la mano deAl� Bab� y respondió:  Acato y obedezco.El matrimonio de Morgana con el hijo de Al� Bab� se celebró sin tardanza ante el kad� y los testigos, enmedio de gran alegr�a y regocijo.El cuerpo del jefe de los handidos, �que, �l sea maldito!, se enterró en se-creto en la fosa com�n que hab�a servido de sepultura a sus antiguos compa�eros.En este momento, Schahrazada vio que amanec�a y, discreta, se calló.PERO CUANDO LLEGO LA 860 NOCHEDijo Schahrazada: Despu�s del matrimonio de su hijo, Al� Bab� escuchaba atentamente las opiniones de Morgana, y, si-guiendo sus consejos, durante alg�n tiempo se abstuvo de volver a la caverna por temor de encontrar a losdos bandidos restantes, cuya muerte ignoraba, y que en realidad, como t� sabes, rey afortunado, hab�an sidoejecutados por orden de su capit�n.Hasta que pasó un a�o no estuvo tranquilo a ese respecto, pero una vez hubo transcurrido ese tiempo sedecidió a visitar la caverna en compa��a de su hijo y de la avisada Morgana.�sta, que durante el camino nodejó de observar cuanto ve�a, al llegar a la roca se apercibió de que los arbustos y las grandes hierbas obs-tru�an por completo el sendero que rodeaba a aqu�lla y que, por otra parte, en el suelo no hab�a rastro de pi-sadas humanas ni huella alguna de caballos, por lo que, deduciendo que desde mucho tiempo atr�s nadiedeb�a haberse acercada a aquellos parajes, dijo a Al� Bab�:  �Oh t�o m�o! �No hay inconveniente; podemosentrar sin peligro! Al� Bab� extendió las manos hacia la puerta de piedra y pronunció la fórmula m�gica,diciendo  �S�samo, �brete! Lo mismo que otras veces, la huerta obedeció como si fuese movida por servi-dores invisibles y se abrió dejando paso libre a Al� Bab�, a su hijo, y a la joven Morgana.El antiguo le�a-dor comprobó que, en efecto, nada hab�a cambiado desde su �ltima visita al tesoro; por lo que se apresuró amostrar a Morgana y a su hijo las fabulosas riquezas, de las que era �l �nico due�o.Una vez que vieron cuanto hab�a en la caverna, llenaron de oro y pedrer�a tres sacos grandes que hab�anllevado con ellos y, volviendo sobre sus pasos, despu�s de pronunciar la fórmula de apertura, salieron de lacueva.Dese entonces vivieron con tranquilidad, usando con moderación y prudencia las riquezas que les hab�aotorgado el Generoso, que.es el �nico grande.As� es como Al� Bab�, el le�ador propietario de tres asnospor toda fortuna, llegó a ser, gracias a su destino, el hombre m�s rico y respetado de su ciudad natal.�Gracias a Aquel que da sin medida a los humildes de la tierra! He aqu�, �oh rey afortunado! -continuódiciendo Schahrazada-; lo que s� de la historia de Al� Bab� y los cuarenta ladrones, pero �m�s sabio esAlah!El rey Schahriar dijo:-Ciertamente, Schahrazada, que �sta es una historia asombrosa, pues la joven Morgana no tiene par entrelas mujeres de hoy.Bien lo s� yo, que me vi obligado a cortar la cabeza de todas las desvergonzadas de mipalacio.Este documento ha sido descargado dehttp://www.escolar.com [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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