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.Consideró despertarlo con un golpecito, pero parecía tan tranquilo.Además, ella no tenía sueño.Alargaba la mano para sacar el bloc de dibujo de debajo de la almohada cuando llamaron a la puerta.Cruzó la habitación descalza sin hacer ruido y giró el pomo silenciosamente.Era Jace.Limpio, con vaqueros y una camiseta gris, los cabellos lavados convertidos en un halo de oro húmedo.Las magulladuras del rostro se desvanecían ya, pasando del morado a un gris tenue, y llevaba las manos a la espalda.—¿Dormías? —preguntó.No había contrición en la voz, sólo curiosidad.—No.—Clary salió al pasillo, cerrando la puerta tras ella—.¿Por qué lo has pensado?Él echó una mirada a su conjunto de camiseta azul sin mangas y pantalón corto de pijama.—Por nada.—He pasado en la cama la mayor parte del día —explicó ella, lo que era técnicamente cierto.Al verle, los nervios se le habían disparado a mil por hora, pero no veía motivo para compartir esa información.—¿Qué tal tú? ¿No estás agotado?Él negó con la cabeza.—Como el servicio postal, los cazadores de demonios nunca duermen.«Ni la nieve, ni la lluvia, ni el calor, ni la oscuridad de la noche pueden detener a estos.»—Tendrías un gran problema si la oscuridad de la noche te detuviera —indicó ella.Jace sonrió abiertamente.Al contrario que sus cabellos, sus dientes no eran perfectos.Un incisivo superior estaba ligera y atractivamente roto.Clary se abrazó los codos.Hacía frío en el pasillo y notaba como empezaba a ponérsele la carne de gallina en los brazos.—¿Qué haces aquí, de todos modos?—¿«Aquí» indicando tu dormitorio o «aquí» indicando la gran cuestión espiritual de nuestro propósito en este planeta? Si estás preguntando si es todo simplemente una coincidencia cósmica o existe mayor propósito metaético en la vida, entonces, bien, ése es el eterno rompecabezas.Me refiero a que el simple reduccionismo ontológico es a todas luces un argumento falaz, pero.—Me vuelvo a la cama.—Clary alargó la mano hacia el pomo de la puerta.Él se deslizó ágilmente entre ella y la puerta.—Estoy aquí —dijo— porque Hodge me recordó que era tu cumpleaños.Clary soltó aire, exasperada.—No hasta mañana.—No hay motivo para no empezar a celebrarlo ahora.Le miró con atención.—Estás evitando a Alec y a Isabelle.—Los dos están tratando de pelearse conmigo —respondió él, asintiendo.—¿Por el mismo motivo?—No sabría decir.—Dirigió furtivas miradas arriba y abajo del pasillo—.Hodge, también.Todo el mundo quiere hablar conmigo.Excepto tú.Apuesto a que tú no quieres hablar conmigo.—No —repuso ella—.Quiero comer.Estoy hambrienta.Jace sacó la mano de detrás de la espalda.En ella sujetaba una bolsa de papel ligeramente arrugada.—Pillé un poco de comida en la cocina cuando Isabelle no miraba.Clary sonrió ampliamente.—¿Un picnic? Es un poco tarde para ir a Central Park, ¿no crees? Está lleno de.Él agitó una mano.—Hadas.Ya lo sé.—Iba a decir atracadores —replicó Clary—.Aunque compadezco al atracador que vaya a por ti.—Ésa es una actitud sensata, y te alabo por ella —replicó él, mostrándose satisfecho—.Pero no pensaba en Central Park.¿Qué tal el invernadero?—¿Ahora? ¿De noche? ¿No estará.oscuro?Él sonrió como si tuviera un secreto.—Vamos.Te lo mostraré.La flor de medianocheEn la penumbra, las enormes habitaciones vacías que atravesaron en su camino al tejado parecían tan desiertas como escenarios teatrales; el mobiliario, cubierto con telas blancas, se alzaba bajo la tenue luz como icebergs saliendo de la niebla.Cuando Jace abrió la puerta del invernadero, el aroma golpeó a Clary con la suavidad del zarpazo enguantado de un gato: el intenso olor oscuro de la tierra y el aroma más potente y jabonoso de las flores que se abren por la noche —la campanilla tropical americana, la reina de la noche, las maravillas— y algunas que no reconoció, como una planta que lucía una flor amarilla en forma de estrella y cuyos pétalos estaban cubiertos de medallones de polen dorado.A través de las paredes de vidrio del recinto pudo ver las luces de Manhattan, brillando como frías joyas.—¡Vaya! —Se fue volviendo despacio, absorbiéndolo—.Esto es muy bonito por la noche.Jace sonrió burlón.—Y es sólo para nosotros.Alec e Isabelle odian estar aquí arriba.Sufren alergia.Clary se estremeció, aunque no tenía nada de frío.—¿Qué clase de flores son éstas?Jace se encogió de hombros y se sentó, con cuidado, junto a un lustroso arbusto verde, salpicado todo él de capullos firmemente cerrados.—Ni idea.¿Crees que presto atención en la clase de botánica? No voy a ser un archivero.No necesito saber esas cosas.—¿Sólo necesitas saber cómo matar?Él alzó los ojos hacia ella y sonrió.Parecía un ángel rubio de un cuadro de Rembrandt, excepto por aquella boca perversa.—Eso es.—De la bolsa, sacó un paquete envuelto en una servilleta y se lo ofreció—.También —añadió—, preparo un sandwich de queso genial.Prueba uno.Clary sonrió a regañadientes y se sentó frente a él.El suelo de piedra del invernadero resultaba frío en contacto con sus piernas desnudas, pero era agradable después de tantos días de calor incesante.De la bolsa de papel, Jace sacó unas manzanas, una tableta de chocolate de fruta y nueces y una botella de agua.—No es un mal botín —bromeó ella con admiración.El sandwich de queso estaba caliente y un poco flácido, pero el sabor era excelente [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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