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.La agrietada superficie deasfalto que había frente a la nave estaba llena de hoyos que habían sido tapadoscon gravilla, y el entorno de la superficie de cemento estaba rodeado de hierbaseca y maleza. Fui al colegio con Ned Zacca  dijo Jim.Su padre, Vernon, era por aquelentonces el dueño del garaje.No es el tipo de negocio con el que un hombre sehace rico, pero tenía mejor aspecto que ahora.Las grandes puertas corredizas, semejantes a las de un hangar de aviones,estaban abiertas; el interior estaba sumido en las sombras.La parte trasera de unviejo Chevy destellaba tenuemente en la penumbra.Aunque el garaje era sórdido,nada en él hacía suponer que encerrara un peligro.Sin embargo, un escalofrío recorrió el cuerpo de Holly cuando fijó la mirada en las lóbregas profundidades deaquel lugar. Ned era un hijo de puta, el matón del colegio  dijo Jim .Si se lo proponíapodía convertir la vida de un niño en un infierno.Me inspiraba un temor constante. Es una pena que no supieras taekwondo en aquella época, le habrías puestoen ridículo.Jim no sonrió, se limitó a desviar su mirada de Holly hacia el garaje.Tenía unaexpresión extraña y perturbada. Sí.Una pena.Cuando Holly volvió a mirar el edificio, vio a un hombre con vaqueros ycamiseta que surgía de la profunda oscuridad adentrándose en la grisáceapenumbra, moviéndose lentamente pasó frente a la parte trasera del Chevymientras se secaba las manos con un trapo.No le daba la luz del sol, de forma queHolly no pudo ver su aspecto.Con unos pocos pasos rodeó el coche y de nuevo sedesvaneció en la penumbra, casi tan etéreo como un espectro que se vislumbra enun cementerio bajo la luz de la Luna.De algún modo, Holly sabía que aquella fantasmal presencia era Ned Zacea.Curiosamente, aunque había sido una figura amenazante para Jim y no para ella,Holly sintió un vuelco en el estómago.Jim apretó el acelerador y dejaron atrás el garaje, volviendo de nuevo alpueblo. ¿Qué te hizo Zacea exactamente? Todo lo que se le ocurría.Era un pequeño sádico.Ha estado un par de vecesen prisión desdé aquellos días.Me imagino que lo habrán soltado. ¿Te imaginas? ¿A qué te refieres? Jim se encogió de hombros. Tengo la sensación, nada más que eso.Además, es uno de esos tipos al quenunca cogen por asuntos de importancia.Tiene una suerte endemoniada.Puedecometer algún desliz de vez en cuando, pero siempre son cosas por las que lecaen pequeñas condenas.No es precisamente tonto. ¿Por qué quisiste ir al garaje?  Para recordar. La mayor parte de la gente, cuando se siente nostálgica, sólo está interesadaen los buenos recuerdos.Jim no respondió.Incluso antes de llegar a Svenborg, se había encerrado en símismo como lo haría una tortuga en su caparazón.Casi había vuelto al estado deánimo distante y taciturno con que Holly le había encontrado la tarde anterior.La visita turística no le había proporcionado a Holly la confortable sensación dehallarse en un pueblo seguro y acogedor, sino más bien de hallarse al final deninguna parte.Aún estaba en California, ciertamente, el estado más poblado delpaís, a menos de mil kilómetros de Santa Bárbara.Svenborg tenía casi dos milhabitantes, mucho más grande que un montón de puebluchos que se hallaban a lolargo de las autopistas interestatales.Sin embargo, una sensación de aislamiento,más psicológica que real, se cernía sobre ella.Jim se detuvo en el Central, un próspero local que incluía una estación degasolina, una tienda con un pequeño surtido de artículos deportivos parapescadores y excursionistas, y un departamento bien provisto de ultramarinos,cervezas y vino.Holly llenó el depósito del coche en el autoservicio, luego se reuniócon Jim en la tienda de artículos deportivos.El almacén estaba atestado de mercancías que sobresalían de los estantes,colgaban del techo, y se apilaban en el suelo de linóleo.Cebos para pescarcolgaban de un anaquel cerca de la puerta.La atmósfera olía a botas de caucho. En el mostrador, Jim había apilado un par de sacos de dormir adecuados parael verano y de buena calidad, forrados por un colchón de aire, un candil Colemancon una lata de combustible, una nevera portátil, dos linternas grandes, pilas paralas linternas, y unos cuantos artículos más.En la caja registradora, más allá delmostrador donde se encontraba Jim, un hombre con barba y gafas de cristal gruesocomo los de una botella, iba apuntando el precio de cada artículo mientras Jimesperaba con la cartera abierta. Creí que íbamos al molino  dijo Holly. Y así es  respondió Jim .Pero a menos que quieras dormir sobre elsuelo de madera sin ningún tipo de comodidades, necesitamos todo esto. No sabía que íbamos a pasar allí la noche. Ni yo.Hasta que entré aquí y me oí a mí mismo pedir todas estas cosas. ¿No podemos quedarnos en un motel? El más cercano está en Santa Ynez. Es un bonito paseo  respondió Holly, que prefería viajar a tener que pasarla noche en el molino [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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