[ Pobierz całość w formacie PDF ]
.97Tendría que vigilar detalles como ese para no delatarse.Había estado usando luz eléctrica en la habitación del hotel durante todo eltiempo que había trabajado en los cuentos.Afortunadamente a nadie le habíallamado la atención.Pero de ahora en adelante llevaría la mesa hasta laventana y dejaría la luz apagada excepto de noche.Pasó por delante de un puesto de periódicos y leyó los titulares:LA FLOTA DESTRUYE PUESTO AVANZADO ARTURIANOGRAN VICTORIA DE LAS FUERZAS DEL SISTEMA SOLAREso debería alegrarlo, pensó Keith, pero no sentía ni pena ni alegría.No podíaodiar a los arturianos.Ni siquiera sabía cómo eran.Y esa guerra con Arcturuspodía ser real pero a él no se lo parecía; todavía no podía creer en eso.Todo leparecía como un sueño, como una extraña pesadilla de la que se despertaríaalguna vez, a pesar del hecho de que ya se había despertado cuatro vecesaquí y la guerra con Arcturus aún seguía.Se quedó pensativo mirando una vidriera de corbatas pintadas a mano.Algo lotocó en el hombro, Keith se volvió y dio un salto hacia atrás que casi le hizoatravesar el cristal de la vidriera.Era uno de los altos, rojos y peludos Lunans.El monstruo le dijo con voz chillona: Por favor, señor, ¿tendría un fósforo?Keith tuvo ganas de echarse a reír, y sin embargo su mano temblaba mientrasle entregaba una caja de cerillas y la recogía, después que el Lunan huboencendido un cigarrillo. Muchas gracias dijo el monstruo, y siguió caminando.Keith le miró la espalda y la manera como andaba.A pesar de los grandesmúsculos caminaba como un hombre que atraviesa un río con el agua hasta lacintura.La gravedad, desde luego, pensó Keith.En la Luna el monstruo tendríabastante fuerza para levantar un buey, pero aquí en la Tierra estaba encogido,apretado por una fuerza de gravedad varias veces superior a lo que estabaacostumbrado.No tenía más de dos metros y medio; en la Luna posiblementealcanzaría los dos metros ochenta o los tres metros.¿Pero no se decía que no había aire en la Luna? No debía ser verdad, o por lomenos no era verdad aquí.Los Lunans tenían que respirar o no podrían fumarcigarrillos.No había nadie que pudiera fumar sin respirar.De repente (y por primera vez) algo se le ocurrió a Keith Winton.¡Podía ir a laLuna si quería! ¡A Marte! ¡Y a Venus! ¿Y por qué no? Si estaba en un universodonde los viajes interplanetarios eran una realidad, por qué no podía élaprovecharse de esa ventaja.Un escalofrío de excitación le atravesó la98columna vertebral.En los pocos días que había estado allí, no había pensadoen la posibilidad de los viajes interplanetarios en relación con él mismo.Ahora,el simple pensamiento de que eso era posible lo excitaba.No podría hacerlo inmediatamente, desde luego; eso requeriría dinero,posiblemente mucho dinero.Tendría que escribir mucho, pero ¿por qué nopodría hacerlo más adelante?Y había otra posibilidad, una vez que hubiera aprendido las costumbres losuficiente para arriesgarse: aquellas monedas que aún conservaba.Si unamoneda de veinticinco centavos escogida al azar le había proporcionado dosmil créditos, quizás una de las otras sería lo bastante rara, lo suficientementevaliosa para pagarle unas vacaciones en los planetas.Recordó de pronto queaquel barman de Greeneville había admitido que la moneda de veinticincocentavos valía más que los dos mil créditos que había dicho era todo lo quepodía pagar por ella.Tenía que haber un mercado negro en alguna parte para esas monedas.Peropodía ser peligroso, por lo menos hasta que supiera algo más acerca de todoeso.Siguió paseando por Broadway hasta la calle Cuarenta y Seis, hasta que vio enun reloj que eran casi las doce y media.Entró en una tienda y telefoneó a KeithWinton a las oficinas de la Compañía Borden.La voz de Winton le contestó: Oh, sí, señor Winston.He pensado en otra cosa de la que quería hablarle,algo que podría hacer para nosotros.¿Me dijo que había hecho muchosreportajes?. Sí. Hay una sección de reportajes que querernos publicar, y quisiera hablar conusted respecto a eso, si es que le interesa el asunto.Sólo que lo necesitamospara dentro de un día o dos.¿Qué le parece? ¿Podría hacerlo tan pronto?Keith dijo: Si es que puedo hacerlo, desde luego que estoy dispuesto a terminarlo paradentro de un par de días.Pero no estoy seguro.¿De qué se trata? Es un poco complicado para explicarlo por teléfono.¿Está libre esta tarde? Sí. Voy a marcharme de las oficinas en seguida.Casi no habrá tiempo para quevenga aquí ¿Qué le parece si viniera a mi casa en el centro? Podemos beberalgo y hablar de este asunto. Muy bien dijo Keith.¿Cuándo y dónde?99 ¿Le conviene a las cuatro? Yo estoy en la calle Gresham 318, departamentoseis, en el centro.Será mejor que tome un taxi si no conoce estos lugares.Keith sonrió, pero consiguió que su voz se mantuviera impasible. Creo que lo encontraré dijo.¡Cómo no iba a encontrarlo! Había vivido en él durante cuatro años.Volvió a colgar el auricular y salió de nuevo a Broadway, esta vez dirigiéndosehacia el sur.Se detuvo delante de la vidriera de una agencia de viajes.¡Vacaciones! decían los anuncios.¡ Viajes todo incluido a Marte y a Venus! ¡Unmes, 5.000 créditos!Sólo quinientos dólares, pensó.Muy barato, tan pronto como pudiera ganar losuficiente para ahorrar esos quinientos dólares.Y era posible que el viaje leayudara a olvidar a Betty.De pronto sintió deseos de volver a escribir.Regresó al hotel caminandoaprisa.Podía hacer unas tres horas de trabajo antes de que tuviera que acudira su cita con WíntonPuso papel en la máquina y empezó a trabajar en su cuarto cuento.Trabajóhasta el último minuto y luego se apresuró para alcanzar un subterráneo que lollevara al centro.Se preguntó qué clase de reportaje querría Keith Winton para ser escrito contanta prisa; deseó que fuera algo que él pudiera hacer, pues eso representabadinero rápido y seguro.Pero si el reportaje resultaba ser sobre algo que éldesconocía por completo, algo como el entrenamiento de los cadetes delespacio o la vida familiar en la Luna, tendría que preparar una explicaciónrazonable para rechazar el trabajo.Desde luego no lo rechazaría si es quehabía una posibilidad de que pudiera hacerlo, quizá con la ayuda de unamañana en la Biblioteca informándose sobre el tema.Pero dedicó todo el tiempo que duró el viaje en el subterráneo y mientrasandaba hasta la calle Gresham a preparar alguna excusa plausible que pudierausar en el caso de que el artículo fuera sobre algo que no se atreviera aescribir.El edificio le era familiar de la misma manera que el nombre Keith Winton en lacasilla del correo para el departamento número 6, que estaba en la entrada alpie de las escaleras.Apretó el botón y esperó, con la mano en la puerta, hastaque la cerradura hizo un chasquido.Keith Winton (el otro Keith Winton) estaba de pie en la puerta de sudepartamento; mientras Keith caminaba por el corredor. Entre, Winston dijo.Se hizo a un lado y abrió completamente la puerta.Keithentró en la habitación y se detuvo de golpe [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
zanotowane.pl doc.pisz.pl pdf.pisz.pl trzylatki.xlx.pl
.97Tendría que vigilar detalles como ese para no delatarse.Había estado usando luz eléctrica en la habitación del hotel durante todo eltiempo que había trabajado en los cuentos.Afortunadamente a nadie le habíallamado la atención.Pero de ahora en adelante llevaría la mesa hasta laventana y dejaría la luz apagada excepto de noche.Pasó por delante de un puesto de periódicos y leyó los titulares:LA FLOTA DESTRUYE PUESTO AVANZADO ARTURIANOGRAN VICTORIA DE LAS FUERZAS DEL SISTEMA SOLAREso debería alegrarlo, pensó Keith, pero no sentía ni pena ni alegría.No podíaodiar a los arturianos.Ni siquiera sabía cómo eran.Y esa guerra con Arcturuspodía ser real pero a él no se lo parecía; todavía no podía creer en eso.Todo leparecía como un sueño, como una extraña pesadilla de la que se despertaríaalguna vez, a pesar del hecho de que ya se había despertado cuatro vecesaquí y la guerra con Arcturus aún seguía.Se quedó pensativo mirando una vidriera de corbatas pintadas a mano.Algo lotocó en el hombro, Keith se volvió y dio un salto hacia atrás que casi le hizoatravesar el cristal de la vidriera.Era uno de los altos, rojos y peludos Lunans.El monstruo le dijo con voz chillona: Por favor, señor, ¿tendría un fósforo?Keith tuvo ganas de echarse a reír, y sin embargo su mano temblaba mientrasle entregaba una caja de cerillas y la recogía, después que el Lunan huboencendido un cigarrillo. Muchas gracias dijo el monstruo, y siguió caminando.Keith le miró la espalda y la manera como andaba.A pesar de los grandesmúsculos caminaba como un hombre que atraviesa un río con el agua hasta lacintura.La gravedad, desde luego, pensó Keith.En la Luna el monstruo tendríabastante fuerza para levantar un buey, pero aquí en la Tierra estaba encogido,apretado por una fuerza de gravedad varias veces superior a lo que estabaacostumbrado.No tenía más de dos metros y medio; en la Luna posiblementealcanzaría los dos metros ochenta o los tres metros.¿Pero no se decía que no había aire en la Luna? No debía ser verdad, o por lomenos no era verdad aquí.Los Lunans tenían que respirar o no podrían fumarcigarrillos.No había nadie que pudiera fumar sin respirar.De repente (y por primera vez) algo se le ocurrió a Keith Winton.¡Podía ir a laLuna si quería! ¡A Marte! ¡Y a Venus! ¿Y por qué no? Si estaba en un universodonde los viajes interplanetarios eran una realidad, por qué no podía élaprovecharse de esa ventaja.Un escalofrío de excitación le atravesó la98columna vertebral.En los pocos días que había estado allí, no había pensadoen la posibilidad de los viajes interplanetarios en relación con él mismo.Ahora,el simple pensamiento de que eso era posible lo excitaba.No podría hacerlo inmediatamente, desde luego; eso requeriría dinero,posiblemente mucho dinero.Tendría que escribir mucho, pero ¿por qué nopodría hacerlo más adelante?Y había otra posibilidad, una vez que hubiera aprendido las costumbres losuficiente para arriesgarse: aquellas monedas que aún conservaba.Si unamoneda de veinticinco centavos escogida al azar le había proporcionado dosmil créditos, quizás una de las otras sería lo bastante rara, lo suficientementevaliosa para pagarle unas vacaciones en los planetas.Recordó de pronto queaquel barman de Greeneville había admitido que la moneda de veinticincocentavos valía más que los dos mil créditos que había dicho era todo lo quepodía pagar por ella.Tenía que haber un mercado negro en alguna parte para esas monedas.Peropodía ser peligroso, por lo menos hasta que supiera algo más acerca de todoeso.Siguió paseando por Broadway hasta la calle Cuarenta y Seis, hasta que vio enun reloj que eran casi las doce y media.Entró en una tienda y telefoneó a KeithWinton a las oficinas de la Compañía Borden.La voz de Winton le contestó: Oh, sí, señor Winston.He pensado en otra cosa de la que quería hablarle,algo que podría hacer para nosotros.¿Me dijo que había hecho muchosreportajes?. Sí. Hay una sección de reportajes que querernos publicar, y quisiera hablar conusted respecto a eso, si es que le interesa el asunto.Sólo que lo necesitamospara dentro de un día o dos.¿Qué le parece? ¿Podría hacerlo tan pronto?Keith dijo: Si es que puedo hacerlo, desde luego que estoy dispuesto a terminarlo paradentro de un par de días.Pero no estoy seguro.¿De qué se trata? Es un poco complicado para explicarlo por teléfono.¿Está libre esta tarde? Sí. Voy a marcharme de las oficinas en seguida.Casi no habrá tiempo para quevenga aquí ¿Qué le parece si viniera a mi casa en el centro? Podemos beberalgo y hablar de este asunto. Muy bien dijo Keith.¿Cuándo y dónde?99 ¿Le conviene a las cuatro? Yo estoy en la calle Gresham 318, departamentoseis, en el centro.Será mejor que tome un taxi si no conoce estos lugares.Keith sonrió, pero consiguió que su voz se mantuviera impasible. Creo que lo encontraré dijo.¡Cómo no iba a encontrarlo! Había vivido en él durante cuatro años.Volvió a colgar el auricular y salió de nuevo a Broadway, esta vez dirigiéndosehacia el sur.Se detuvo delante de la vidriera de una agencia de viajes.¡Vacaciones! decían los anuncios.¡ Viajes todo incluido a Marte y a Venus! ¡Unmes, 5.000 créditos!Sólo quinientos dólares, pensó.Muy barato, tan pronto como pudiera ganar losuficiente para ahorrar esos quinientos dólares.Y era posible que el viaje leayudara a olvidar a Betty.De pronto sintió deseos de volver a escribir.Regresó al hotel caminandoaprisa.Podía hacer unas tres horas de trabajo antes de que tuviera que acudira su cita con WíntonPuso papel en la máquina y empezó a trabajar en su cuarto cuento.Trabajóhasta el último minuto y luego se apresuró para alcanzar un subterráneo que lollevara al centro.Se preguntó qué clase de reportaje querría Keith Winton para ser escrito contanta prisa; deseó que fuera algo que él pudiera hacer, pues eso representabadinero rápido y seguro.Pero si el reportaje resultaba ser sobre algo que éldesconocía por completo, algo como el entrenamiento de los cadetes delespacio o la vida familiar en la Luna, tendría que preparar una explicaciónrazonable para rechazar el trabajo.Desde luego no lo rechazaría si es quehabía una posibilidad de que pudiera hacerlo, quizá con la ayuda de unamañana en la Biblioteca informándose sobre el tema.Pero dedicó todo el tiempo que duró el viaje en el subterráneo y mientrasandaba hasta la calle Gresham a preparar alguna excusa plausible que pudierausar en el caso de que el artículo fuera sobre algo que no se atreviera aescribir.El edificio le era familiar de la misma manera que el nombre Keith Winton en lacasilla del correo para el departamento número 6, que estaba en la entrada alpie de las escaleras.Apretó el botón y esperó, con la mano en la puerta, hastaque la cerradura hizo un chasquido.Keith Winton (el otro Keith Winton) estaba de pie en la puerta de sudepartamento; mientras Keith caminaba por el corredor. Entre, Winston dijo.Se hizo a un lado y abrió completamente la puerta.Keithentró en la habitación y se detuvo de golpe [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]